Hace un mes, decidí que ya era suficiente. Tenía demasiadas cosas, demasiadas distracciones y un ritmo de vida que me robaba la calma. Inspirado por el minimalismo, comencé una transformación. No fue radical, no tiré todo de un día para otro, pero sí empecé con intención. Hoy, 30 días después, te cuento lo que realmente cambió... y lo que no.
Qué entendí sobre el minimalismo (más allá de tener pocas cosas)
El minimalismo no es vivir con una taza y una cuchara. Es una decisión consciente de eliminar lo que no suma, para hacer espacio a lo que sí importa. Y no hablo solo de objetos, sino también de hábitos, compromisos sociales y hasta pensamientos.
No se trata de renunciar a todo, sino de elegir con intención. Menos cantidad, más calidad.
Mi punto de partida: caos silencioso
No vivía en el desorden total, pero cada rincón tenía “cosas por si acaso”. Libros que no leía, ropa que no usaba, gadgets sin batería desde hace meses, apps que jamás abría. Todo eso ocupaba espacio físico y mental.
Y lo más curioso: me hacía sentir cansado, aunque no lo notaba hasta que empecé a soltar.
Semana 1: el primer clic (el cajón de los cables)
Comencé por el clásico: el cajón desastre. Tiras de cables viejos, manuales, pilas, auriculares rotos. Saqué todo, revisé uno a uno y me deshice del 80%. Ese gesto tan simple me dio una sensación inesperada de control. Y ahí supe que había más por hacer.
Semana 2: el armario (menos ropa, más decisiones fáciles)
Después de los cajones, pasé al armario. Y aquí fue más duro. Me enfrenté a ropa que no usaba pero que me costaba soltar “porque costó dinero” o “por si adelgazo”. Pero al final entendí algo:
Guardar cosas para una vida que no vives hoy, solo ocupa espacio y genera ansiedad.
Me quedé con lo que realmente uso. El resultado: elegir qué ponerme ahora es fácil, rápido y sin estrés.
Semana 3: la cocina y el móvil (sí, el móvil)
En la cocina, eliminé duplicados: 3 espátulas, 4 coladores, tazas sin pareja. Menos utensilios, más orden. Más orden, menos tiempo para limpiar.
En el móvil, fue liberador. Eliminé apps que no uso, desactivé notificaciones innecesarias, dejé solo lo esencial. Ahora mi pantalla no parece un casino.
Semana 4: hábitos y tiempo
El minimalismo también toca los hábitos. Me di cuenta de que acumulaba no solo cosas, sino tareas sin sentido: abrir redes sociales por inercia, ver series que ni me interesaban, decir “sí” a planes que no disfrutaba.
Hoy, digo “no” más seguido, y eso me dio tiempo. Tiempo real, no imaginario. Y ese tiempo lo uso mejor.
Lo que cambió (y lo que no)
✅ Lo que sí cambió:
- Más claridad mental y menos ruido visual.
- Rutinas más simples, menos decisiones tontas.
- Más gratitud por lo que ya tengo.
- Un hogar más tranquilo, más ligero.
❌ Lo que no cambió:
- No me convertí en una persona zen al 100%. Todavía tengo días caóticos.
- Sigo luchando con la tentación de comprar por impulso (aunque menos).
- No todo el entorno entiende esta elección, y está bien.
Conclusión: menos cosas, más vida
No necesitas adoptar el minimalismo como filosofía radical. Solo necesitas detenerte y preguntarte si cada cosa en tu vida tiene sentido. Si no lo tiene, déjalo ir. Así de simple, así de profundo.
Hoy tengo menos cosas, pero siento que tengo más espacio, más enfoque y más paz. Y eso, sinceramente, vale más que cualquier cajón lleno.